La Reparación está muy ligada a la salvación, pues Jesús vino para salvar al hombre del dominio del pecado, pecado que lo ha esclavizado, lo ha despojado de su dignidad de Hijo de Dios, heredero de la vida eterna. Por el pecado el hombre desdibuja en sí la imagen de Dios, con la que fue creado. De ahí que Dios Padre envió a su Hijo para reparar esa imagen destruida y devolver al hombre su dignidad de Hijo de Dios y conducirlo hacia la vida eterna.
Por lo tanto, se puede afirmar que reparar es salvar al hombre del dominio del pecado. Reconstruir su existencia a la luz del proyecto de Dios, reconstruir su futuro. Esto es la Teología de la salvación, Dios salva a los seres humanos en Jesús, su Cristo (Jesús Dios salva). Dios Padre y Madre, amor radical y originario, fuente de la libre decisión salvífica; Jesucristo, mediador de esa salvación o cauce supremo de su realización histórica; el Espíritu don gratuito derramado en nuestros corazones, garantía de su realidad ya presente en forma de vida nueva o seguimiento de Jesús; la Iglesia, sacramento de salvación liberadora en la historia; los sacramentos, signos de salvación; los pobres, sus destinatarios preferentes y referencia prioritaria obligada de su alcance real e históricamente universal. (Reaviva el don que está en ti. Pág. 27)
Reparación en la Beata Madre María Encarnación Rosal
Antes de entrar a reflexionar sobre la experiencia de la reparación que la Madre nos presenta, unifiquemos nuestro lenguaje respecto a algunos términos que siempre usamos en temas espirituales.
Experiencia de Dios. Es haber sentido alguna vez la Presencia íntima de Dios que penetra el alma y la transforma profundamente; la abre al conocimiento de su propia indigencia y de la necesidad de Dios como realidad absoluta, detectada, aceptada y proclamada como última razón de la vida y de la historia.
Vivencia. Es la situación síquica, la disposición de los sentimientos que la experiencia Dios produce en el alma. Son las emociones y valoraciones que anteceden, acompañan y siguen a la experiencia. Vivencia no es sinónimo de experiencia en la profundidad del ser. Vivencia es la huella, la marca que deja una experiencia. (otra acepción de vivencia es llevarla a la vida o hacerla vida).
Contemplación. Es radicalmente una realidad de gracia vivida por el creyente como don de Dios que le hace capaz de reconocer al Padre en el misterio de la comunión trinitaria. Es una gracia que Él concede a cuantos la pidan y la reciban en disposición de fe, humildad y amor.
A Dios no le podemos mirar sino con una luz sobrenatural que ilumine nuestros ojos y a la vez los vele suavemente para que no se encandilen. Esa luz es la contemplación y no solamente contemplar sino gustar, saborear, sentir a Dios. La contemplación es ciertamente un regalo esencial para el hombre, un regalo que Cristo nos ofrece. "Cuando Dios se hace presente no deja ni la posibilidad de dudar para quien tiene la experiencia, de que es Él el que se ha hecho presente. No se lo ve, ni se le oye, ni se le siente con ningún sentido, se hace presente a la fe, se hace presente a los "sentidos" del alma de quien tiene la experiencia de esa Presencia".
En relación con la fuerza convincente del anterior comentario, surge a la mente con espontaneidad lo experimentado por la beata Madre María Encarnación cuando dice" "Al amanecer del jueves santo... comencé mi oración tomando como tema la traición de Judas... oí una voz interior que me decía: No celebran los dolores de mi corazón (abril 6 de 1857). Sin duda es Él. Su Presencia es envolvente. Él está allí. "A esto se siguió el fijárseme sin dejar de pensar en esto" dice la Madre. Todo indica que se trata de una auténtica experiencia de la cercanía de Dios, de un encuentro íntimo de Persona a persona. Dios graba sus palabras en lo íntimo de la mente y del corazón".
La vida de la Madre, cobra nueva vitalidad para luchar con empeño por su Señor y es así que exclama:
"Oh Maestro mío! ¡Sepa yo imitaros; y si el amor os hizo vivir sufriendo tanto, dadme vuestro amor para que, amándoos me haga superior a los trabajos que vos queráis mandarme; y si este fuere el camino que me conduzca a vos, viva yo penando para morir gozando!".
¿Qué entendió la Madre al escuchar no "celebran"?... no tienen en cuenta, no rememoran?... Con todo cuanto relata de la angustia, el sufrimiento, la ansiedad, amargura de corazón como agonía, sólo se puede entender que estaba participando existencialmente del dolor de su Señor, se conmueven sus entrañas misericordiosamente, es decir, padece con Él; se acerca con mayor devoción como quien ve muy de cerca y entendiendo desde el corazón, la soledad que está sintiendo, como en el huerto de los Olivos al ver que sus discípulos dormían cuando Él más sufría. La Madre, al tener esta confidencia de la persona tan amada por ella, el Señor Jesús, no se habría preguntado ¿qué debo hacer para aliviarlo?
Esta pregunta surgiría al contemplar la confidencia, al sentir en su ser el dolor del amado, seguramente se quedó perpleja, asombrada con temor ante esta alocución interior, que se repetía, sin saber qué hacer ni qué decir.
Eso pudo haber pasado en la Madre y así fue contemplando paso a paso los momentos de la Pasión. Esta fue la experiencia espiritual de nuestra Madre; esto cambió su vida y cumplió con el encargo de Jesús que sufre en el cuerpo místico, la Iglesia.
"La Madre Encarnación vive con fidelidad la espiritualidad Bethlemita... por especial don del Espíritu encuentra su dinamismo espiritual en el amor y dolor del Corazón de Cristo..."
Sabemos que una experiencia no se la puede transferir ni transcribir, es por eso que la Madre plasma esta experiencia en un ejercicio piadoso, en una oración vocal, las 10 lámparas. Pero esta devoción tiene el trasfondo contemplativo, nos invita a disponernos para llegar a despertar la disposición contemplativa con nuestra propia individualidad porque Dios se nos da así como somos. "La contemplación, dimensión propia de nuestra Espiritualidad, es un don de Dios que requiere momentos exclusivos y asiduos de oración para mostrar nuestro amor y abrirnos a esa especial acción del Espíritu que contempla en nosotros".
La reparación viene a partir de una experiencia personal de ella: la dinámica del amor y dolor de Cristo. El artículo tercero de las Constituciones no es especulación, ella tuvo un don especial, la experiencia del amor y dolor de Cristo. Los dos sentimientos son inseparables. De esta experiencia surge su sentido eclesial que es igual a "responsabilidad salvífica" de reparación.
La reparación no es solamente, un momento frente al Santísimo, eso hay que hacerlo, le da sentido a todo, pero lo que manifiesta la actitud reparadora, es la acción. Jesús salvaba llevando encima todo cuanto se le presentaba en el camino de su vida y haciendo siempre la Voluntad del Padre hasta la muerte, es decir, afrontó la existencia como se le presentó. Lo que hay que hacer es la Voluntad de Dios y aquello inmediato sobrellevarlo con paciencia, porque la paciencia es la disciplina, la salvaguarda de la fidelidad.
La Madre se convirtió en reparación y esta es la herencia profunda, inmensamente rica de una trascendencia redentora, de una invitación a contemplar la Pasión del Señor y dar a nuestra vida una dimensión reparadora. (Reaviva el don que está en ti. Pág.33)