La comunidad tiene dos finalidades insustituibles: construir la Iglesia y favorecer la realización de las personas en su vocación. Esta doble finalidad concuerda bien con la aspiración del mundo actual que busca la autonomía personal, el respeto por las diferencias y el aprecio por la intercomunicación y la globalidad.
La comunidad, en sentido positivo, es un lugar de santificación personal, mediante comportamientos evangélicos en relación con los demás. Es el lugar de conversión; el lugar propicio para compartir la escucha de la Palabra y la búsqueda en común de la voluntad de Dios; lugar para aprender el servicio, la solidaridad y la entrega cotidiana de la propia vida, para ser animado y acompañado en la tarea del seguimiento de Jesús y para compartir su misión. Una comunidad no es una suma matemática de unidades aisladas sino una comunidad de personas distintas en un mismo proyecto evangélico.
La comunidad religiosa no tiene un sentido meramente funcional. Tanto su ser como su misión deben ser originalmente una experiencia teologal y una vivencia de la acción de Dios y de su Reino. La comunidad no es simplemente producto de una iniciativa es el resultado de una llamada.
Las hermanas y los hermanos se congregan a vivir juntos porque el Señor los ha llamado a una misma vocación y misión. Todas las demás razones son secundarias con respecto a esta razón teologal y no son suficientes para garantizar una convivencia satisfactoria. Ninguna ha escogido a sus hermanas, se las ha encontrado escogidas por el Señor. Sólo desde la conciencia firme de esta común llamada y la fe en el Señor, es posible construir comunidad y sólo desde esta experiencia de fe es posible la convivencia fraterna.
La comunidad religiosa, lo repetimos, es obra del Espíritu Santo. Pero al Espíritu Santo hay que dejarlo trabajar, cosa que no resulta fácil, en la cultura de la productividad, inmediatez y eficacia. Es preciso desarrollar experiencias comunitarias que garanticen la conciencia teologal de la comunidad religiosa. La común escucha de la palabra, la oración compartida la celebración comunitaria de la Eucaristía, contribuyen más a la construcción de la comunidad que muchos ensayos inspirados solamente en las ciencias humanas. La oración compartida no es lo mismo que rezar todas al mismo tiempo y en el mismo lugar, es la comunicación y la comunión de fe.
La corrección fraterna y la reconciliación, esenciales para la construcción de la comunidad, son experiencias que garantizan la igualdad en la diversidad y la construcción de la comunidad como una fraternidad de personas distintas. (En el (Surco de la Historia pág. 45)